Sobre Juan 14: 15-21
Hay un huésped silencioso
en nuestras almas.
Quién quiera percibirlo
tendrá que hacer silencio,
porque él habla
como en susurros.
Hay un huésped silencioso
en tu alma
y en la mía,
shhhhhhhhhhhh.
¡Escucha!
Querida iglesia:
Fue el teólogo Yves Congar el primero en utilizar
la expresión la persona sin cara para hablarnos del Espíritu Santo. Y
es que el Espíritu Santo que se manifiesta en las Escrituras hebreas y griegas
no sólo es esquivo sino que la mayoría de las veces camina bajo el anonimato. Y
es a este tipo de Persona sin cara a quien Jesús le pide que acompañe a los
cristianos todos los días hasta el fin de los tiempos. Hasta el fin.
Los versículos que hoy hemos leído en el
evangelio de Juan forman parte del discurso que pronuncia Jesús durante la cena
de Pascua en Jerusalén y nos hace participes del intento de Jesús de preparar a
los discípulos para lo que viene después. Para el fin. Para cuando él no esté.
Jesús se está despidiendo.
¿Qué sabemos los presbiterianos del Espíritu
Santo? Muy poco. Y es que lo que sabemos del Espíritu Santo es por las
referencias que de él se dicen en las Escrituras. Pero es el gran desconocido
de ese concepto dogmático que es la Trinidad. Alguno de nosotros podríamos
hablar hasta el cansancio de Jesús o del Sr. Dios hasta que se hiciese de
noche; pero con el Espíritu Santo no lo tenemos tan claro. Es una tarea ardua. Sabemos
algunas cosas, sabemos por ejemplo que está a nuestro lado, que nos da fuerzas
en medio de las tormentas, que es el dador de vida; pero no tenemos tanta
familiaridad con él. No solemos decirle: buenos días Espíritu Santo! y
cuando lo confesamos en el Credo lo hacemos con mucho tino, para que nadie
sospeche que somos carismáticos.
No podemos asegurar que este descuido que recibe
el Espíritu Santo lo hemos heredado del Nuevo Testamento. Tampoco podemos
achacárselo a las enseñanzas de la iglesia primitiva. Más bien se trata de una
intencionalidad, de un arraigo, dada la naturaleza del Espíritu Santo: la de glorificar
a Jesús. Ahora estamos en condiciones de decir que hemos conocido a Jesús a través de un Dios
sin rostro. De un Dios sin rostro que se manifiesta en el amor y en la
obediencia. No nos extrañemos pues si esta lectura dominical comienza y termina
uniendo el amor con la obediencia.
Generalmente no nos confesamos pietistas, pero
algunas de nuestras expresiones de fe lo son. P. e. preferimos pensar del amor
del Sr. Dios como un sentimiento incondicional, como un lazo que siempre estará
uniéndonos; pero al final del pasaje de Juan se establecen dos condiciones para
recibir el amor del Padre: a) cumplir los mandamientos de Jesús b) amar a Jesús
Estas dos condiciones son tan interdependientes
que Jesús las une como si fueran una sola y utilizará como ligamento al Dios
sin rostro. Aquéllos que aman a Jesús cumplirán con sus
mandamientos. El Sr. Dios y Jesús aman a los que aman a Jesús y cumplen
sus mandamientos, y el Hijo promete revelarse a ellos.
La iglesia será una comunidad de amor, y ese amor
le da un gran poder. Esto lo hemos podido comprobar estos meses. Al
presentarse una comunidad de compasión, de misericordia, de gracia, la iglesia
persuade al mundo del amor del Sr. Dios. Se hace sal. Se hace luz. Y ningún argumento lógico tiene el poder de persuadir
que tiene un acto de amor. Ninguno. La fidelidad al Cristo y el amor
hacia los demás le dan a la iglesia gran oportunidad. Pero algunas veces
lo hemos olvidamos.
Querida iglesia: ¿Qué sabemos del del Espíritu
Santo? ¿Si tú sabes algo?, ¡levántate y habla!
Amén.
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