Alrededor de una mesa con tazas de té


Mientras converso con los amigos alrededor con una mesa con tazas de té descubro que se nos hace difícil abrazar el sufrimiento cotidiano. Pero el sufrimiento está entre nosotros como si fuera un animal de compañía.  El sufrimiento toca a las puertas de nuestras casas y entra sin pedir permiso hasta la cocina. Algo parecido nos pasa con la soledad que nos abraza tras la pérdida de un ser querido. Nos resulta escabroso brindarle la bienvenida a la soledad cuando nos es impuesta. Cuando nos hace llorar. No estamos cómodos con ella. En realidad la deseamos lejos de nuestro corazón. Y es que nadie quiere estar solo. Nadie desea sufrir. Nadie. Con los años hemos aprendido sobre la inutilidad del sufrimiento. No, el sufrimiento y la soledad no nos hacen mejores hombres y mujeres.

Sólo cuando comenzamos a leer nuestra realidad como un llamado a la conversión entonces podemos entender algo del sufrimiento y de la soledad que nos asola. Sólo cuando releemos las Escrituras con los ojos del Espíritu Santo, y no con los nuestros, es que entonces podemos poner algo de luz a la manera en que vivimos el discipulado cristiano fuera de la celebración dominical.

Somos llamados a ser distintos. A ser peculiares. Pero esta llamado implica hacer elecciones y pagar un precio que de antemano no aceptamos porque sabemos que experimentaremos el dolor. Si, todo camino que emprendemos, sea nuevo o viejo,  demandan un esfuerzo, un sudor, un ejercicio de paciencia y constancia. Y en todo camino encontraremos un cielo cubierto de nubes o un sol brillante. Los desagradecidos hablaran de las nubes. Los agradecidos saben que después de la tormenta brillará el sol.

Cuando Jesús les pide a los discípulos que den sabor a la realidad donde viven o en otras palabras, que brillen en el sitio donde están, es porque sabe que el mundo que los discípulos habitan es amargo y oscuro. Tiene espinas y serpientes. Tiene bandidos apostados en los caminos dispuestos a dejarte desnudo en la cuneta. Pero Jesús también sabe que alguien nos ofrecerá vino y aceite.

Las peticiones de Jesús pueden sintetizarse es un llamado muy simple y primario: sean buenos samaritanos.

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