Hay un humano que me sostiene la mano junto al mar


 

La mayoría de las costumbres que me han servido para vivir en este lado del Atlántico las aprendí antes de conocer la tabla de multiplicación. Algunas me han hecho resiliente a toda las nostalgía y a todas las mareas. Otras no. Algunas las sigo poniendo en práctica. Otras las he olvidado. Con gratitud.

Aprendí, por ejemplo, que hay que atesorar cosas debajo de la almohada; pues no sabes si alguien un día te ofrecerá una moneda por ellas. Aprendí que antes de cruzar la calle hay que pegarse de un adulto, pues ellos saben con qué luz hay que cruzar y con cúal no. Aprendí que los dulces se comen sólo los sábados, pues así te ahorras viajes al dentista. Aprendí que cuando alguien te rompe el corazón es mejor tener un amigo cerca, pues la soledad hace que la herida nunca sane y la amistad, a fin de cuentas, será siempre el mejor bálsamo. Aprendí que después de orar hay que guardar un tiempo de silencio, pues a veces el Sr. Dios quiere comentar alguna cosa y él no es como esas personas mayores que hablan sin meditar lo que va a decir o escribir en las redes sociales. Aprendí que los calzoncillos se colocan en el primer cajón del armario, a la derecha y así cuando falta la electricidad sabes donde están. 

También aprendí que los abuelos y las mascotas mueren después de darnos todo el cariño del mundo, así que hay que querer a las personas que nos han calentado el corazón y a los animales que nos ronrronean al oído antes que se vayan para siempre. Porque una vez que se vayan no volveran a caminar por el jardín. Aprendí que para que las vacas nos dén leche hay que llevarlas al prado a comer y a la fuente a beber. Pues de lo que sembramos eso cosechamos. Aprendí que hay que dejar ir a las personas que hemos amado y que ya no quieren estar a nuestro lado. Con dolor, pero hay que dejarlas ir. Y es que el amor es sobre todas las cosas libertad. Aprendí que para mirar a ese lugar donde se unen la tierra y el mar es mejor que alguien sostenga nuestra mano, así si nos da miedo lo que avizoramos, la otra mano te recordará que no estás solo. Y entonces el miedo no hará un nido en tu corazón.

Sólo después de todo esto aprendí que  uno por uno es igual a uno.




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