La fe no nos hace inmunes

Pequeños apuntes  sobre Mateo 14:22-33

 

A los discípulos les gusta escuchar narraciones. Ellas les hacen pensar. Les hacen actuar. Y es que las narraciones provocan que se miren por dentro y vean el mundo con otros ojos.

En la narración de hoy hay un paseo. Y es que las Escrituras son, entre otras cosas, un compendio de paseos que no hemos podido olvidar desde la escuela dominical. Paseos que forman parte de nuestros recuerdos. Pero el paseo de hoy es anómalo. Un poco extraño, no tanto por el lugar donde ocurre, como por la superficie sobre el cual se camina: el agua.

En todos los paseos que hacemos se corren riesgos. Algunos son físicos. Otros relacionados con la fe; pero todos tienen algo en común: alguien nos llama, expresamos un miedo,  tomamos una elección y hay un consuelo.

¿Qué se nos narra aquí y ahora? Pues que Pedro y el resto de discípulos entran a una pequeña embarcación para cruzar el Mar de Galilea y se desencadena una tormenta. Y en medio de toda esta situación Jesús entra en escena. Y como hace la mayoría de las veces aparece cuando no se le espera. Y esto tarde o temprano lo experimentaremos tú y yo.

Así que tenemos a doce discípulos albergando temores, confusión, admiración, e incredulidad. Pero sólo uno de ellos reacciona. Sólo uno decide dejarse llevar por el impulso. Salirse de la costumbre. Correr algún riesgo. Poner los pies fuera de la barca. Y aquí comienza el verdadero paseo. ¿Y que hacen los otro once discípulos? Miran.

Nos gustan las historias con finales felices, pero esta quizás no lo es. O al menos no tiene el final que desearíamos muchos de nosotros. Esta es más bien una historia donde algunos de nosotros nos podríamos ver identificados con los personajes que en ella encontramos. Algunos nos comportamos como Pedro, que se deja llevar por el entusiasmo y otros nos comportamos como los discípulos, que permanecen a la expectativa. Mirando desde lejos. Desde la seguridad de la barca. Cualquiera diría que es el reflejo de muchas de las iglesias que conocemos. Unos pocos muestran entusiasmos y la mayoría mira. Aquietados.

La palabra entusiasmo indica intensa emoción y se origina del griego enthousiasmos, de la palabra enthous, que significa poseído por un dios, o inspirado. Así que algunos de nosotros nos sentimos inspirados a hacer cosas hasta que nos tropezamos con la cruda realidad que nos circunda. Pedro quería caminar sobre las aguas como Jesús, pero entonces se detiene a ver las aguas oscuras y siente el fuerte viento en todo su cuerpo. Pedro deja de caminar y se hunde. Y grita pidiendo socorro.

La cruda realidad de Pedro es el viento y las olas. La nuestra son otras cosas. ¿Tendremos trabajo? ¿Nos mantendremos sanos? ¿Qué futuro tendrán nuestros hijos? ¿Alguien nos quiere? Y es que al entusiasmo se le olvida decirnos, con mucha frecuencia, que en todos los paseos que hacemos hay peligros. Hay cierzos. Hay olas. Y más temprano que tarde acabamos hundiéndonos.

Jesús extiende la mano y sostiene a Pedro. Y medio de todo esto le tira de las orejas: ¿Pedro, que débil es tu fe!

Jesús sabe que la confianza que muestran los discípulos no implica inmunidad contra los temores y el desanimo. Sabe que se enfrentarán cada día al viento y a las olas. Por ello cuando habla de la débil fe de Pedro  en realidad está haciendo mención a la fe inmadura. A la fe impulsiva.

Los discípulos de Jesús son los que han de aprender que tener una fe madura significa creer más en lo que no se puede ver que en las cosas aterradoras que si se pueden ver y escuchar. Significa poner la mirada en el Señor de los viento y de las olas aun cuando en nuestro rostro hayan lagrimas. Los discípulos de Jesús son los que no dejan de caminar sobre las aguas. Aun llorando.


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