Vivir en el exilio duele

 


Mantener una fe madura hoy en día no es fácil. Resulta más fácil romper una rama de un árbol o decirle a una persona: Ya no te quiero más. Lo más común es coexistir con una fe infantil. Superficial. ¿Por qué? la respuesta podría ser una sola y sencilla; eso de intentar escuchar la voz de Dios, un día sí y otro también, entre tantos ruidos y orgullos es casi una proeza cotidiana. Un llamamiento.
 
Y es que vivimos inmersos, yo diría con el agua hasta el cuello, en la cultura de lo fácil, en la búsqueda de la comodidad, trás lo inmediato, a la captura de lo efímero. Asi que no nos extrañemos si las labores arduas o las relaciones que implican tomar esfuerzo nos molestan,  y acabamos desterrándolas lejos de nosotros. Muy lejos. Donde no se vean. Donde no nos hagan daño.
 
Cuando en las mañanas miro mi agenda descubro que mi vida está llena de acontecimientos y sucesos que muchas veces no puedo hacer o participar de ellos. Pero a la vez también soy consiente de que tengo responsabilidades y roles que cumplir, que hay personas que esperan de mi toda mi atención o todo mi silencio. Y también me descubro a mi mismo como alguien insatisfecho, aletargado. Y entonces se incia esa especie de guerra civil interna entre lo que quiero y lo que debo. Entre lo nuevo y lo viejo.
 
Hay días donde son muchas las actividades donde participamos con muchas otras personas; pero a la misma vez estomos solo. Como Crusoe en la isla. Epicteto me dice que son síntomas de una vida absurda. De una vida donde nos hemos especializado en oír las voces de los demás; pero donde no somos capaces de reconocer la voz del Espíritu Santo. 
 
Cuando vivimos una vida absurda todo nos duele. No sólo la espalda. Es como si viviéramos en el exilio. Y vivir en el exilio duele. ¿Qué es entonces el exilio? Es sobre todas las cosas un lugar diferente a donde realmente queremos habitar. Es un entonrno con otro clima y nuestro cuerpo lo sabe. Con otra geografía y nuestros ojos lo reconocen. Con otra alma y nuestra voz enmudece.
 
Ser cristiano hoy es no renunciar a lo que de humano atesoramos y no decir con voz atronadora: Dios existe, sino que incluye una  declaración más apacible: Dios está cerca de tí y de mí. Pero para que nuestros corazones afirmen este credo debemos, antes, ser consiente de nuestra realidad: Somos personas amadas por Dios.

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