Las mujeres casadas siempre hablan de amor















No se Uds. pero yo a veces estoy en un sitio y me pregunto: ¿Qué hecho yo para merecerme esto? Pero he de comenzar por el inicio de la historia. 

Al principio era una especie de Taller de lectura, sólo para mujeres casadas, donde se leían libros románticos con finales felices y se tomaba un té de Ceilán inundado de limón mientras se hablaba de los personajes y del autor. Pero las cosas no siempre han de permanecer inamovibles. Todo cambia. Y hay circunstancias en las que estamos obligados a cambiar. A veces, la realidad nos quita la hierba debajo de los pies para mostrarnos un camino mejor: el de abrir puertas y ventanas para que entre el viento, los olores del jardín o algún desconocido que nos calienta el alma.

Cuando recibí la invitación para hablar de un libro o poema que me había dejado huellas, según decía la carta,  la piel se me puso de gallina; pero sonreí por dentro. No todos los días recibo invitaciones para hablar de un libro. No todos los días un grupo de mujeres casadas me invitan a estar con ellas. No todos los días se invita a un soltero a hablar sobre el amor. Así que sin tener claro a qué libro me referiría les respondo con un rotundo: Por supuesto. Y gracias.

Siempre he estado rodeado de mujeres. Ellas me ayudaron a caminar, me enseñaron el castellano que hablo y dejaron sobre la mesilla, junto a mi cama, algún libro con la secreta esperanza de que acabara algún día siendo un ratón de biblioteca. Sobre lo primero albergo dudas de si camino con elegancia y seguridad. Sobre el hablar castellano con pulcritud y pronunciando las eses adecuadamente prefiero no hablar. Pero sobre lo tercero no acojo ninguna incertidumbre: soy un ratón de biblioteca. Y tengo un certificado que lo atestigua.

Así que revestido de una buena opinión sobre las mujeres casadas, y vistiendo la pajarita más vistosa que tengo entré al Café Universal, el que está cerca de la Plaza San Francisco, y me senté al fondo del local rodeado de ocho mujeres que me miraban como los sacerdotes del Templo de Jerusalén miraban a los corderos.

Sin dejarme intimidar me abrí la americana de cuadros escoceses, tomé un sorbo de té inundado de limón y declamé como si en ello me fuera la vida: 

 Quiero a la sombra de un ala , contar este cuento el flor, la niña de Guatemala, la que se murió de amor...

No todas las historias de amor tienen un final feliz. No todos los amores acaban con un baile y una fiesta. De hecho los que he vivido han necesitado de una despedida y de la distancia para que ocurra el milagro de que las heridas se cierren. Si es que las heridas se cierran algún día. Pero a pesar de ello me he seguido enamorando. He seguido teniendo fe. He seguido caminando bajo la lluvia con una flor en la solapa y un poema en la memoria. He seguido creyendo en la seducción con palabras. Y es que el amor nos toma por asalto y entonces nosotros enmudecemos. Y por eso los enamorados se besan tanto y hablan poco. Y por eso cuando un amor se acaba es como una manera amarga de nacer. Y es que cuando alguien nos rompe el corazón queremos ir hasta la estación más cercana y tomar el primer tren que salga rumbo a Madrid y llorar desconsoladamente rodeado de extraños. Y es que es tan corto el amor.

Las mujeres casadas me miran y se quitan las lágrimas de los ojos con la servilleta que les ha traído la camarera. A veces, el té de Ceilán con limón es el mejor bálsamo para las penas del corazón y ellas lo saben. Y lo beben en silencio. Como los corderos. 

Y entonces es cuando me pregunto: ¿Qué hago aquí? ¿Qué he hecho yo para merecerme esto? Y no encuentro respuestas. Y les sonrío. Y ellas me sonríen. Y comenzamos a hablar sobre la vida. Sobre lo humano y lo divino y llegamos a la conclusión que lo único que nos sobrevivirá será el amor. 

Y es que hay un tipo de amor que tiene paciencia, que es bondadoso, que no es egoísta, que busca el bien de los demás siempre, que no se enoja, que no exige venganza, que lucha por la justicia. Esa variedad de amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 

Regreso a casa empapado de sudor. Una americana de cuadros escoceses y Septiembre no tienen una buena relación. A la próxima reunión iré con algo de lino porque cuando se habla de amor, yo me emociono y sudo como un pollo. Y es que las mujeres casadas siempre hablan de amor.

 

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