Lo que el silencio tiene



Querido Benjamin:

Hace tres días que estás en el hospital, pero no lo sabes. Es lunes. Es el noveno día de julio. No sé si lo sabes pero tienes una infección en el cerebro que no te deja ver la vida ni gobernar tu cuerpo. En la ciudad hace mucho calor. Ya sabes, el verano es implacable en este valle. Afuera, los adolescentes llenan las heladerías en las tardes. El mundo sigue convulso y lleno de gritos. Como siempre. Con flores y serpientes. 

Tu familia está a tu alrededor. Sólo esperan un milagro. ¿Quién no? Y te miran a través del cristal. Y cuando logran tocarte, revestidos de un ropaje verde y transparente y con la nariz cubierta con una mascarilla, lo hacen como si fueras un niño. Pero ya no eres un niño. A los quince años se comienza a ver la vida desde otro lugar y con otros ojos. Y los adultos nos hemos olvidado de ello. Tendrás que perdonarnos. Pero cuando crecemos nos olvidamos de muchas cosas. 

Quizás no te des cuenta, pero eres alguien muy amado. Así que te lo voy a decir para que no se te ocurra olvidarlo. Quizás no les escuches; pero hablan de ti en todo tiempo. Hay muchas personas orando por ti en muchas partes del mundo. Todas nuestras conversaciones son sobre ti y sobre el Sr. Dios. Son sobre la vida. Sobre la muerte.

Tus amigos de la iglesia vienen, se sientan en los bancos de la sala de espera, se hunden en el silencio  y miran hacia el infinito. Y es que siempre buscamos respuestas en el horizonte. Anhelamos escuchar una voz que nos diga que no todo está perdido. Que hay esperanza. Y por eso nos quedamos en silencio.

Los médicos nos dicen que estás como muerto. Que no volverás a abrir los ojos. Que las máquinas te mantienen respirando. Que deberían ofrecer tus órganos a otras personas que los están esperando. Que no alberguemos ninguna seguridad. Que nos demos por vencidos. Pero tus padres prefieren esperar. Tiene los ojos rojos de tanto insomnio. De tanto llanto. No te imaginan sin corazón andando por la tierra. Tampoco se imagina la casa sin ti.  O Zaragoza sin ti.

Hoy hace setenta y dos horas que estás como del otro lado de un velo. En silencio. Sin moverte. Sin protestar. Nosotros te vemos sobre una cama. Rodeado de monitores y máquinas que nos dicen cómo late tu corazón, o cuál es tu presión arterial. Tú tienes las manos reposando sobre la sábana blanca y el pecho descubierto. Y los ojos cerrados como cuando queremos evitar que la luz del sol nos ciegue porque le miramos de frente. Y tú, quizás, estás ya de frente al sol. Mirando y escuchando lo que el silencio dice. Lo que el silencio tiene.

 

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