El día que las rocas siguieron siendo rocas


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las personas emocionalmente sanas comprenden sus limitaciones. Reconocen sus errores y regresan a casa para pedir perdón. Pueden aceptar los limones que les ofrece la vida y no necesitan ponerse frenéticas tratando de vivir una vida a la cual el Sr. Dios no les ha llamado.

Las iglesias emocionalmente sanas también han de aceptar sus limitaciones. No necesitan parecerse a otras iglesias. Sino que han de vivir con gratitud y confianza lo que la mano del Sr. Dios les permite ser en los tiempos que vivimos.

Jesús conoce nuestras limitaciones. Pero hay días que la comunidad cristiana las olvida. Y dentro del salero tenemos a hombres y a mujeres cansados, hastiados, heridos. Hombres y mujeres que han pagado un alto precio tanto en sus vidas personales como familiares porque se les hizo creer que la iglesia era un mapa libre de problemas. Que los problemas los tenían los que estaban fuera de la iglesia. Entonces tenemos cristianos que han pasado muchos años tratando de ser personas que no eran en realidad. Personas que aparentaban lo que en realidad no podían ser. Personas que no habían aprendido a reconocer sus limitaciones.

Nosotros sabemos que Jesús habitó en el desierto. El desierto es un lugar inhóspito, peligroso, lleno de alimañas. El desierto saca a la superficie nuestras limitaciones. En la tradición judía era el lugar donde vivían los demonios. Pero el desierto también es el lugar de las pruebas.

La primera prueba que enfrenta Jesús tiene que ver con las demandas del cuerpo. Con el dominio que hacemos de él o de la esclavitud a la que él nos arroja. Jesús estaba débil nos narran las Escrituras. Tenía hambre. La teología que proclama el no sufrimiento nos pregunta: ¿Cómo podía ser el hijo de Dios y pasar hambre? Pero Jesús acepta sus limitaciones. Sabe que lo mejor está por llegar. Que el Señor del Maná lo acompaña y le ha dicho que él es el hijo amado. Sólo cuando nos sabemos amados podemos resistir todos los fríos, todas las hambres y todas las soledades. Al final del relato las rocas seguirán siendo rocas. No ha ocurrido ningún milagro. 

Cada día ante nosotros hay decisiones que tomar, pruebas que enfrentar, elecciones que asumir. Ellas nos invitan a acometer acciones según nuestra propia opinión o nos empujan buscar el tiempo del Sr. Dios. A esperar los milagros. Pero toda acción produce una reacción. Y delante de nosotros esta la vida y la muerte. Las bendiciones o las maldiciones. Somos nosotros, tú y yo,  los que tomamos decisiones. Nadie lo podrá hacer por nosotros.

Hay días que tendremos hambre, pero ahora sabemos que Jesús es el Pan de la Vida.

Lectura del evangelio de Mateo 4:1-4

Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo lo pusiera a prueba. Jesús ayunó cuarenta días y cuarenta noches, y al final sintió hambre. Entonces se le acercó el diablo y le dijo: Si de veras eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.   Jesús le contestó: Las Escrituras dicen: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra pronunciada por Dios.

¿Quién escuchará mis palabras?

Padre: En esta mañana que comienza Tú sabes lo que vivo, lo que me preocupa, lo que siento, lo que pienso, lo que me falta y lo que deseo. Cuídame, protégeme, anímame a seguir adelante y acompáñame siempre. Espíritu de Dios, ayúdame a recordar que no importa cuán oscura sea la noche. Porque Tú eres la luz de mi vida, la que nunca te apagas y siempre me ofreces un nuevo amanecer. Una segunda oportunidad. En Jesús nosotros confiamos. Amén.

Augusto G. Milián

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