La crisis simpre llega


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

La crisis siempre llega.

En nuestros días se ha impuesto la inmediatez. Días donde prácticamente todos  ansiamos tener respuestas y resultados de inmediato. Sin embargo, hay situaciones y procesos que requieren de su tiempo. La espera es el tiempo que pasa para que algo suceda. Para encontrar una solución. Pero a la mayoría de las personas que conozco no les gusta esperar. No soportan las crisis. Y es que para esperar se necesita mucha paciencia. Y a nosotros nos falta la paciencia. Entre otras cosas. Pero también nos falta la fe.

Nuestras crisis son diversas. Los evangelios nos cuentan que los hombres y las mujeres solían acercarse a Jesús por varios motivos. Unos porque tenían hambre, o porque estaban enfermos, o porque amaban a alguien que estaba en problemas, o porque albergaban preguntas sin respuestas. Otros, sencillamente porque no tenían a quién más acudir en medio de la desesperanza.

Hay crisis que nos llevan de una geografía a otra. Que nos hacen buscar las soluciones en muchas esquinas. Hay crisis que nos enfrentan con el Sr. Dios porque las soluciones naturales ya no nos sirven de nada. Y entonces desafiamos todos los impedimentos que tenemos delante. Saltamos todas las barreras que la tradición ha levantado. Y hasta estamos dispuestos a soportar todas las presiones porque hay una voz interior nos grita ¡Levántate y anda! Es la voz del Espíritu Santo.

Las crisis nos pueden hacer enmudecer a ti y a mí. Nos permiten reconocer el rostro de la impotencia. Nos pueden aislar. Nos pueden hacer perder todos los bienes materiales que atesorábamos. Pero nunca son un motivo para quedarnos tirado en un rincón y lamernos las heridas. A todos nos pasan cosas malas y tristes. A todos. Pero no todos respondemos de la misma manera. Y la manera que respondemos hablará del tipo de camino que estamos haciendo.

Esa gente que en medio de la crisis que soportan, o que atravesando el mar del sufrimiento, se dan permiso para confiar y son capaces de extender su mano para tocar a Jesús son poseedores de una fe que cura el cuerpo y el alma. Una fe que sobrepasa al menosprecio. Una fe que se abre paso entre la multitud. Y ese tipo de fe, escúchenlo bien, es la fe que desata el poder de Dios entre nosotros.

La crisis siempre llega, pero hemos sido llamados a tener fe.

Lectura del evangelio de Marcos 5, 24ª-34

Iba también una gran multitud, que seguía a Jesús y casi lo aplastaba. Entre la gente se encontraba una mujer que desde hacía doce años padecía hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos y había gastado en ellos toda su fortuna, sin conseguir nada, sino ir de mal en peor. Aquella mujer había oído hablar de Jesús y, confundiéndose entre la gente, llegó hasta él y por detrás le tocó el manto, diciéndose a sí misma: Sólo con que toque su manto, me curaré”. Y, efectivamente, le desapareció de inmediato la causa de sus hemorragias y sintió que había quedado curada de su enfermedad. Jesús se dio cuenta en seguida de que un poder curativo había salido de él; se volvió, pues, hacia la gente y preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto?

Sus discípulos le dijeron: Ves que la gente casi te aplasta por todas partes ¿y aún preguntas quién te ha tocado?

Pero él seguía mirando alrededor para descubrir quién lo había hecho. La mujer, entonces, temblando de miedo porque sabía lo que le había pasado, fue a arrodillarse a los pies de Jesús y le contó toda la verdad. Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, libre ya de tu enfermedad.

¿Quién escuchará hoy nuestra oración?

Padre: En este día que comienza oro para tener la fe suficiente para creer que Jesús me puede curar mi cuerpo y mi alma. Si, Jesús me puede ayudar. Si, a Jesús me puedo acercar en los momentos de necesidad. En su nombre espero y confío. Amén.

Augusto G. Milián

 

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