Nadie es una isla. Nadie


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Ni tú ni yo somos Robinson Crusoe. De hecho nadie es una isla. Nadie está solo y rodeado de agua las veinte y cuatro horas del día. Nadie.

Las Escrituras nos narran, muchas veces, que la gente acude a Jesús. Nosotros también. A veces tatuados por las heridas. A veces con peticiones muy determinadas. A veces llenos de interrogantes. Pero hay una pregunta que es repetitiva, que viaja en el tiempo, que pasa de padres a hijos: ¿qué puedo hacer para salvarme? Y es que tenemos grabado con fuego la idea de que haciendo buenas acciones el Sr. Dios nos preservará del mal, nos secará las lágrimas, pondrá luz donde hay oscuridad. Pero está es una idea errada.

No siempre las respuestas que nos ofrece Jesús nos gustan. Pueden ser muy claras, pero no es lo que esperábamos. Pueden poner delante de nosotros un camino, pero eso no significa que deseemos transitarlo. Y es que el camino que propone Jesús generalmente implica el desapego y nosotros somos muy posesivos. Nosotros hacemos todo lo que está a nuestro alcance para evitar el dolor y no deseamos estar cerca de las penurias. De hecho, no conozco a nadie que quiera salir a dar un paseo con el sufrimiento tomado de la mano. Sin embargo, Jesús deja claro que solo hay un camino para que la vida sea trascendente. Perdurable. Digna. Y que la verdadera alegría está escondida en el servicio desinteresado a los demás. Como una semilla.

Un día nuestros ojos se abrirán a la verdad de que ni tú ni yo somos un verso suelto. Y es que tú y yo necesitamos de los demás, aunque ahora no seamos capaces de confesarlo. Y que tendremos que hacer algunas elecciones por el reino de Dios que nos cuesten. Que sean arduas. Decisiones difíciles porque nos acompañarán la incertidumbre y la poca fe.

Y ahora viene lo mejor, la vida que propone Jesús tiene una moraleja: puede que nos resulte molesto, al principio, acercarnos al otro, al que sufre, al que no tiene nada, al que está sólo.  Al extraño. Pero hay una promesa que se ha de cumplir y que ahora no podemos ver: la recompensa es grande. El llanto se tornará en baile. Si, tú y yo podremos bailar. Ahora no, pero un día sí.

Ahora que comienza el día recuerda que no eres Robinson Crusoe. Que no eres una isla. Que no estás solo, o sola, y rodeado de agua las veinte y cuatro horas del día.

Lectura del evangelio de Mateo 19, 16-22

En cierta ocasión, un joven vino a ver a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida eterna? Jesús le respondió: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Sólo uno es bueno. Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos. Dijo el joven: ¿Cuáles? Jesús le contestó: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo. El joven respondió: Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué otra cosa debo hacer? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, vete a vender lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve y sígueme. Cuando el joven oyó esto, se marchó entristecido porque era muy rico.

¿Quién escuchará hoy mi oración?

Padre: Mi oración de la mañana es muy sencilla. Que el Espíritu Santo trabaje en mí, para que no ande por el camino del discipulado dando tumbos, sin sentido, vacío y triste. Porque a Jesús quiero seguir. Amén.

Augusto G. Milián

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