Mucho ruido y pocas nueces


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Hay que encender una luz en la oscuridad

Salgo de la ciudad hacia el este buscando un poco de silencio, buscando los pinares. Los almendros silvestres están florecidos. Y el viento mueve los árboles. A veces para ver la vida como es tenemos que cambiar de geografía.

Los discípulos de Jesús nos vemos descritos en Pedro con mucha más frecuencia de lo que realmente nos gusta admitirlo. Por los relatos de los evangelios sabemos de su carácter impulsivo, de sus descuidos a la hora de no pensar lo que va a decir, de su preocupación por la meta y no tanto por el camino. Pero hay algo que nos incomoda de Pedro. Su jactancia.

Jactancia es una palabra antigua. Ya muy pocos hombres y mujeres hacen uso de ella y cuando lo hacen se le da poco sentido peyorativo. No es tan ofensiva como otras. Pero la jactancia es, sobre todas las cosas, una actitud o una acción de vanidad que algunas personas utilizan para hacer alardes de sus propios logros, de tus propias virtudes o de sus cualidades, y donde se corre un tupido velo sobre las debilidades propias.

A los discípulos de entonces, y a los de ahora también, les molesta de Pedro su falta de atención a las enseñanzas de Jesús, su apasionamiento teórico, su distracción cuando de disciplina se trata, su amor descuidado, su no saber esperar. Pero en realidad Pedro nos fastidia porque nos recuerda con muchos detalles como nosotros somos en el día a día. Con muchos ruidos y con pocas nueces. Súbditos de las apariencias.

Si Pedro hubiese escuchado a Jesús, y en lugar de insistirle que quería seguirlo a toda costa hubiese entendido la importancia del amor fraterno y de esperar la voluntad del Sr. Dios. Pero ni a Pedro ni nosotros  nos gusta esperar. Y por ello nos preocupamos, nos decimos duras palabras, estamos a la búsqueda cotidiana de un chivo expiatorio y la pena nos atenaza el corazón. Y Jesús lo sabe.

En la vida, que tú y yo vivimos, tendremos muchos tropiezos, muchas soledades, muchas heridas que nos empujaran a abandonar la fe. Pero Jesús no nos llamó por nuestros nombres para dejarnos solos en medio del camino. Hay que desterrar esa idea. Hay que mantenerse firmes en nuestras certezas y atentos a la Palabra de Dios, porque es ella la que nos levanta y limpia nuestras rodillas. Es ella, y no otra voz, la que nos dice a ti y a mi, que somos amados.

Tú que me puedes escuchar, ten una bendecida Semana Santa.

Lectura del evangelio de Juan 13, 36-38

 Simón Pedro le preguntó: Señor, ¿A dónde vas? Jesús le contestó: A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; algún día lo harás.

Pedro insistió: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti.

Jesús le dijo: ¿De modo que estás dispuesto a dar tu vida por mí? Te aseguro que antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.

¿Quién escuchará hoy mi oración?

Padre: Vengo a Ti con mi corazón en la mano, para pedir por tu luz y tu misericordia. Quiero abrir mi corazón ahora que comienza el día y quedarme sin dolor, sin quejas, sin excusas. Te pido perdón por mi falta de disciplina y por pretender encontrar la paja en el ojo ajeno. Te pido perdón por no aceptarme como soy o no aceptar la realidad en que vivo. Aquí estoy ahora delante de Ti, suplicándote, me ayudes a ser sal y ser luz a pesar de mis jactancias, a aceptarme con lo que tengo y lo que soy. Porque todo viene de ti. A Jesús espero. Amén.

Augusto G. Milián

Comentarios