La vida no es como me habían prometido

Hay que encender una luz en la oscuridad

Hay problemas que nos asedian. Hay dolores que tocan a la puerta. Hay pérdidas que nos acompañan como si fueran un animal de compañía. Y la mayoría de las veces no sabemos qué hacer con ellas.

Dos discípulos caminan solos. Saben que han perdido algo que les era muy querido. Su Maestro. Están tan hundidos en la tristeza que no pueden ver quien se acerca a ellos en medio del camino. Si, hay caminos que realizamos sin mirar hacia los lados. Y es que dura tan poco el amor y es tan durable el dolor. También nosotros emprendemos viajes sin esperar compañía. Sin esperar preguntas.

Cuando los discípulos somos zarandeados por las pérdidas un día si y otro también es muy fácil arribar a las costas de la desilusión, de la ira, de la amargura y del resentimiento. Es muy fácil. Y entonces pronunciamos esas palabras que son como una sentencia: la vida no es como me habían prometido.

Hay días que me pregunto cómo sería mi vida sin tantas cicatrices. ¿Te imaginas no tener que condenar a los que han optado por otra manera de vivir la fe? ¿Te imaginas no tener que juzgar a la familia por la manera que nos trató? ¿Te imaginan no tener que recordar cada día los momentos en que nos hicieron daño nuestros hermanos de fe? ¿Te imaginas poder amanecer sabiendo que no hay que esconderse en un rincón oscuro porque el Sr. Dios nos ha llamado por nuestro nombre?

Y Jesús se acerca para invitar a los caminantes a levantar la cabeza. Para ser agradecidos. Y les hace dos preguntas. Dos sencillas preguntas: ¿De que hablan? ¿Qué pasó? Jesús crea el espacio para el lamento. Y es que Jesús sabe que la lamentación es el primer paso para hacer el viaje que nos lleva del resentimiento a la gratitud. Lo sabe. Pero nosotros no.

A Uds. que me pueden escuchar en este día: Hay muchas maneras de responder a los problemas que nos rodean. Hay muchas maneras de mitigar al dolor que toca a la puerta. Hay muchas maneras de contestarle a las perdidas que nos han roto el corazón. Pero no lo podemos identificar cuando estamos solos. Necesitamos de un compañero especial en el camino. Alguien que nos abra los ojos y nos seque las lágrimas.

Lectura del evangelio de Lucas 24, 13-24

Aquel mismo día dos de ellos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban conversando sobre todo lo que había acontecido. Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados.¿Qué vienen discutiendo por el camino?,les preguntó.

Se detuvieron, cabizbajos;  y uno de ellos, llamado Cleofas, le dijo:¿Eres tú el único peregrino en Jerusalén que no se ha enterado de todo lo que ha pasado recientemente?

¿Qué es lo que ha pasado?, les preguntó

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Señor y Dios: Ahora que la noche se ha ido y comienza el día ayúdame a no temer el futuro, sino a confiar en lo que tú has dicho de mí. Tú tienes el control cuando mis emociones me hunden y cuando estoy sin esperanza. Espíritu Santo que cuando no pueda hablar y no sepa qué decir, enséñame a guardar silencio sin atrincherarme en la tristeza. Con Jesús estamos caminando. Si, y él abre nuestros ojos. Amén.

Augusto G. Milián

 

Comentarios