¿Quién nos dirá palabras para que abramos los ojos?

Hay que encender una luz en la oscuridad

Hoy quiero compartir algunas ideas sobre el valor de las palabras. De nuestras palabras

Vivimos en un mundo donde las palabras han dejado de tener importancia. Pero estamos rodeados de ellas desde que sale el sol hasta que se pone. Las palabras están en todos los sitios. Nos dan informaciones inmediatas, pero nosotros seguimos sin saber cómo vivir, cómo enfrentar el dolor y la mayoría de las veces sin saber a dónde queremos marchar. Si una palabra está vinculada a la experiencia de la fe esa palabra es confiar. Pero confiar nos cuesta. Y mucho

Los discípulos que caminan hacía Emaus tienen los ojos velados. Pero ahora en el camino no hay dos, sino tres personas. Y cuando el desconocido pregunta sobre el tema de la conversación la sorpresa y la irritación son inevitables: ¿Eres tú el único que no sabe lo que ha ocurrido en Jerusalén?

Los discípulos que caminan a Emaus necesitan compartir sus pérdidas con alguien. Y lo hacen con un desconocido que les sale al camino. Han perdido el que encendía una luz en la oscuridad. Su maestro ha muerto. Y hasta narran lo desconcertante que cuentan las mujeres: ahora su tumba está vacía. Y ellos han huido. Quieren dejar a tras toda la memoria de la pena.

Y el desconocido comienza a hablar. Y sus palabras son claras y directas. Les cuenta la historia de lo que aconteció antes que ellos nacieran. Pero las palabras antiguas son nuevas ahora para los discípulos. Pero el desconocido dice más, no les dice que no hay motivo para estar tristes, pero que dentro de la tristeza está el germen de la alegría. Y les dice aun más. Les dice necios y torpes.

Estas son palabras que nos cuesta aceptar cuando son dirigidas a nosotros. Son palabras duras. Ofensivas. Palabras que nos ponen a la defensiva. Pero si las miramos con tranquilidad pueden ser también palabras que nos inviten a abrir los ojos. A despertar. A abandonar la comodidad de la queja. A ir más allá del dolor. A dejar esa fea costumbre de estar mirándose el obligo constantemente.

Los discípulos que caminan a Emaus necesitaban escuchar la Palabra hablada. Tú y yo también. Necesitamos que nos la expliquen la Palabra porque confiar nos cuesta. Necesitamos que alguien salga a nuestro encuentro en el camino. Y necesitamos que ese alguien sea el Sr. Dios.

Sólo el Sr. Dios puede liberarnos de las piedras que llevamos en los zapatos. Sólo el Sr. Dios puede cambiar ese corazón de piedra con que vivimos.

Lectura del evangelio de Lucas 24, 25-27

Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Señor y Dios: Ahora que puedo ver las primeras luces del día a ti presento mis ilusiones y mi esperanza; a ti me agarro, en ti confío porque sé que me amas.
Espíritu Santo, que en medio de la prueba yo no ceda a la desconfianza, que no sea el dolor quién me sostenga en este día y que tu gracia yo la pueda ver.
Jesús, yo espero en ti y creo que nunca defraudas al que en ti confía
. Amén y amén.

Augusto G. Milián

 

 

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