Hay que quitar las piedras de los caminos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Hay que encender una luz en la oscuridad.

Ahora los días son largos y las noches cortas. Así que tenemos la oportunidad de quitar las piedras de los caminos. 

Nadie debería ser esclavo de su identidad religiosa, o de sus tradiciones familiares, o de la geografía donde nació. Nadie. En realidad cuando surja una posibilidad, por pequeña que sea de hacer cambios, hay que cambiar. Y es que la vida, la nuestra, es corta. 

Pero esto último es algo que olvidamos con mucha frecuencia. Y creemos que vamos a vivir para siempre. Pero estamos errados. En realidad entre el llorar tras el nacimiento y el último suspiro hay dos cuestiones que siempre nos acompañan: ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? Algunas personas intentarán responder a estas preguntas. Otros nunca lo intentarán. Y es que a veces la verdad duele. 

Por regla general creemos que somos lo que hacemos. Otras veces sospechamos que somos lo que los demás opinan de nosotros. Pero hay un gran número de personas que sostienen que su identidad tiene que ver con lo que poseen. Pero estas contestaciones son parciales. Inexactas. No dicen toda nuestra verdad. Acaban escondiendo nuestros dolores, nuestras heridas y nuestros miedos tras lo aparente. Sin duda alguna estas son respuestas que nos llegan de afuera, del mundo exterior. Nunca de nuestro propio corazón. 

Pero ni tú ni yo somos lo que hacemos, ni somos lo que los demás comentan de nosotros, ni somos lo que atesoramos. Nuestra propia vida se encargará de demostrarlo con los años. Jesús sale a nuestro encuentro en el camino para recordarnos que nuestra identidad no ha de estar basada en lo políticamente correcto, ni en la ortodoxia, ni en el poder. Estas son falsos talismanes que no nos librarán de nada. De nada. 

Cuando alguien desde el otro lado de Instagram me pregunta: ¿y tú quien eres? La respuesta la tengo preparada desde hace tiempo y desde allá lejos: Soy alguien amado por el Sr. Dios. Y tú también lo eres. Pero aun no lo sabes. 

Lectura del evangelio de Mateo 11, 1-6 

Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, se marchó de allí a enseñar y anunciar el mensaje en los pueblos de la región. Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de los hechos de Cristo y le envió unos discípulos suyos para que le preguntaran: ¿Eres tú el que tenía que venir, o debemos esperar a otro? Jesús les contestó: Regresad a donde Juan y contadle lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y felices aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo! 

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién? 

Tú eres el Dios eterno y a ti hago mi oración de la mañana. Hoy no sólo te pido por mí, sino también por mis hermanos y hermanas para que tengamos la fortaleza que nos da el Espíritu Santo para no dejarnos vencer por el mal. Que la fe encuentre lugar en nuestros corazones para que no seamos desarraigados por el desamor de estos días. Yo sé que Jesús puede hacer mucho más de lo que yo pido o pienso. Yo sé que por Jesús ahora somos llamados los amados de Dios. Esta es nuestra fe. Esta es nuestra esperanza. Amén.  

Augusto G. Milián

Comentarios