Deja que te invite a un café


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que están cerca. Buen martes para los que están lejos:

La realidad, a veces cruda,  siempre sale a nuestro encuentro. No hay que irse muy lejos para encontrarla en el camino. Porque ella está entre nosotros. Y nos hace llorar.

La mayoría de los  hombres y de las mujeres que conozco sufren. Algunos lo exteriorizan. Otros no.  Otros lo llevamos por dentro. En silencio. Como en una procesión. La mayoría de nuestras penas están vinculadas a las relaciones que establecemos. O con las personas que perdemos. Y es que algunas de ellas salen de nuestra vida sin tiempo para decir adiós.

No, no son los acontecimientos que nos muestran las noticias las que nos angustian, sino las relaciones con las que convivimos en el día a día las que nos laceran. Porque son las personas que están más cerca de nosotros las que más poder tienen para herirnos. O a las que nosotros herimos. Y es en estas luchas cuando nos preguntamos: ¿Tendrá el Sr. Dios memoria de mí?¿Entenderá mi dolor?¿Quién me acompañará en el camino?

Hoy quiero compartir una buena noticia. Hay un relato en el evangelio de Lucas, sólo él lo narrará, que nos puede ayudar a entender algo importante de nuestra fe: el Sr. Dios nos conoce y está preocupado por nosotros. Es en este relato donde encontramos la personalización de la compasión de Jesús en su estado más tangible. Pero no nos detengamos en el mero milagro. Miremos el contexto.

Aquí no estamos frente a un dolor emocional o espiritual solamente por la pérdida de un ser querido. Aquí nos encontramos con una mujer viuda y sin hijos que va camino del desamparo. Y esta era una palabra amarga en el pasado y lo sigue siendo hoy. Nadie quiere estar desamparado. Nadie quiere quedarse solo.

Pero Jesús está en el camino y percibe la desesperanza, las preguntas, la soledad. Y decide intervenir haciendo uso de la compasión. Jesús no le teme a las impurezas. El sabe que no es lo de afuera lo que contamina a los hombres y a las mujeres. Sino lo que portan en sus corazones. El es el Señor de la vida. El es el Señor del viento. El es el Señor de la danza. Y entonces todo cambia. El duelo se torna en alegría. Porque si algo hace la compasión en este mundo es contagiar con alegría todo lo que toca. Pero en nuestro mundo la compasión no tiene buena prensa. No la tiene.

La realidad, nuestra, hay días que es cruda. Injusta. Que nos hace doblarnos por el dolor, no tanto por el de afuera, como por el de adentro. No lo voy a negar. Pero Jesús es nuestro libertador, el que nos quita las cadenas y eso hay que decirlo a los cuatro vientos. Para que nadie lo olvide. Ni tú ni yo.

Si, no albergues la menor duda: Jesús nos conoce y no nos dejará caminar solos. Deja que te invite a un café.

Lectura del evangelio de Lucas 7, 11-16

Algún tiempo después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de otra mucha gente, se dirigió a un pueblo llamado Naín. Cerca ya de la entrada del pueblo, una nutrida comitiva fúnebre del mismo pueblo llevaba a enterrar al hijo único de una madre que era viuda. El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: ¡Muchacho, te ordeno que te levantes! El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos los presentes se llenaron de temor y daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha salido de entre nosotros. Dios ha venido a salvar a su pueblo.

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Buenos días, Sr. Dios. Te doy gracias por este nuevo día que comienza. Porque he podido descansar y enfrentar la jornada con esperanza. Siempre has estado ahí para mí, Padre, y si me falta la memoria o la gratitud que sea el Espíritu Santo quien me lo recuerde. Te doy gracias porque tus misericordias son nuevas cada día. A Jesús nosotros esperamos. Amén.

Augusto G. Milián


 

 

 

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