Contar hasta cien.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que están cerca. Buen martes para los que están lejos:

Son días de fiesta en la ciudad donde vivo. Pero la gente con la que me cruzo en Paseo Independencia no está alegre. Al menos no muestran la alegría en sus rostro. Más bien parecen agobiados. El cansancio es muy democrático. No distingue entre jóvenes y adultos. No hace diferencia entre los nacidos aquí o los foranos. El cansancio nos secuestra y nosotros enmudecemos.

Yo me veo reflejado en los que caminan junto a mí. Impulsado por la inercia de tener que hacer algo cada día, de encontrarme con alguien que espera que le ofrezca consuelo, de finalizar alguna labor que había comenzado anteriormente. De buscar respuestas, en el aquí y en el ahora, aun sabiendo de antemano que dentro de unas semanas otras serán las prisas y otras las inquietudes.

Miro a mis hermanos en la fe. Miro a amigos. Miro a la gente que pasa a mi lado y me pregunto: ¿En qué estarán pensando? ¿A dónde pretenden llegar? ¿Qué les impulsa a no detenerse? Pero los pensamientos no son visibles. Las ideas no se ven. Ni las ajenas ni las propias. Estás son también preguntas que me debería hacer yo mismo. Pero no. No me doy permiso para hacerlas porque quizás no me gusten las respuestas.

Encontrar la quietud se está volviendo un duro oficio en nuestro mundo. Tenemos mucha información de cualquier parte del planeta, pero no tenemos calma. Y cuando no tenemos sosiego las preguntas vuelven a tocar a la puerta: ¿Por qué el Sr. Dios no me habla? ¿Por qué no hablo con el Sr. Dios?¿Por qué no podré ver al Sr. Dios en la gente que camina a mi lado por Paseo independencia?

Sólo cuando deje de hablar conmigo mismo. Sólo cuando deje reposar al teléfono en algún lugar oscuro. Y deje espacio para el silencio. Y respire hondo. Y cuente hasta cien. Sólo entonces escucharé esa voz que desde el centro de Zaragoza me dice: ¿Estás cansado?

Y sólo entonces podré musitar: ¿Jesús, eres tú?

.Lectura del evangelio de Mateo 11, 28-30

¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso! ¡Poned mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón! Así encontraréis descanso para vuestro espíritu, porque mi yugo es fácil de llevar, y mi carga ligera.

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Padre: Ahora que comienza el día pedimos que nos muestres el camino, porque estamos a oscuras y con miedos. Sabemos que tu amor y tu sabiduría son inagotables, pero nosotros sólo vemos lo que tenemos delante y necesitamos tu fuerza. Espíritu Santo, ayúdame a orar en medio de las preocupaciones. Sin prisas. Como quien espera todo. Jesús, te pedimos luz para ser luz y sabiduría para tomar decisiones importantes. Ahora cruzamos sobre aguas turbulentas. Pero tú eres nuestro puente. Jesús a ti nos aferramos. Amén.

Augusto Gil Milián

 

 

 

 

 

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