Las pequeñas cosas


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que están cerca. Buen martes para los que están lejos:

Desde mi ventana miro los tejados de la ciudad y desde algunas chimeneas ya sale humo. Hace frío y la gente ha comenzado a calentar sus casas. Ojala puedan hacer lo mismo con sus corazones.

Están los grandes asuntos que salen en las noticias y los asuntos pequeños que se tornan invisibles para la mayoría. Y cada uno de ellos tiene sus seguidores. Yo he optado por esa tradición de prestar atención a las pequeñas cosas. Las que están en la vida cotidiana y con las que puedo trabajar y dialogar sin que la sangre llegue al río. Con las grandes cuestiones me encuentro en franca desventaja y sin posibilidad de conversar.

Cada día me tropiezo con personas que dicen creer en Dios, dicen que El es grande, que El es bueno y que ellos son sólo personas que no pueden cambiar sus circunstancias, pero en realidad los hombres y las mujeres, también los creyentes, se comportan como si fuera todo lo contrario: Dios es pequeño y ellos son grandes.

Los discípulos de Jesús, habiten la geografía que habiten, tienen algo en común, se quejan de que el mundo no es como ellos se lo habían imaginado, que la familia no les trata como a ellos les gustaría y que las iglesias no son el lugar perfecto que ellos esperaban. Asi que como el camino de imitar a Jesús es complicado, los discípulos prefieren hacer cambios grandes a todo bombo y platillo. Ellos harían el mundo de otra manera, la familia sería otra cosa y por supuesto que cambiarían la iglesia.

Pero estas pretensiones no son nuevas. ¿Acaso hay algo nuevo bajo el sol? Las Escrituras contienen historias que nos dicen que en el pasado ya existía este propósito: poner a Dios a nuestro servicio, ocuparnos nosotros de las grandes cosas y pedirle a Dios que se levante del trono para sentarnos nosotros. En otras palabras, confinar a Dios dentro de nuestras opiniones. De nuestro ego.

Y entonces, cuando las cosas grandes no salen como nosotros creemos que deberían acontecer nos enfurecemos, gritamos, maldecimos y hasta lloramos. Como los niños a los que no se les concede un antojo.

Jesús espera que sus seguidores crezcan, que un día dejen de tomar papilla, que se comporten con una fe adulta y que abandonen la simulada creencia de que se puede someter a Dios y las Escrituras a las opiniones de los hombres y las mujeres.

A ti y a mí, se nos ha pedido pequeñas cosas, como por ejemplo que seamos sal en medio de tantas amarguras y luz para los que están en oscuridad. Asi que hagamos lo que tenemos que hacer y dejemos a Dios ser Dios. En otras palabras: ¡hay que crecer y dejarse de noñerías!

Lectura del evangelio de Lucas 11, 27-28

Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer que estaba entre la gente exclamó: ¡Feliz la mujer que te dio a luz y te crió a sus pechos! Jesús le contestó: Felices, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Padre: Deberías ser Tú quien refresca mi espíritu y quien pone un nuevo corazón dentro de mí. Deberías ser Tú, porque yo sólo no puedo. Deberías ser Tú nuestro pan y nuestra esperanza. Y deberías ser Tú porque entre nosotros hay hambres y desesperanzas. Deberías ser Tú nuestro compañero de camino y nuestro socorro. Tú nuestro abrigo y nuestro refugio en el invierno. Y deberías ser Tú, porque está comprobado, que nosotros solos no podemos.  A Jesús esperamos. Augusto Gil Milián.

 

 

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