Más allá de las aguas


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que me puedan escuchar. Cada nuevo día es un regalo, pero algunas personas lo han olvidado.

El estancamiento nos impide crecer. El estancamiento es sobre todas las cosas el no poder continuar. El no avanzar. Es detenerse y quedarse paralizado. Es como no poder llegar a donde queremos, aunque lo anhelamos con todas nuestras fuerzas. Con todo nuestro corazón. Hay hombres y mujeres que están estancadas de manera física. Otras lo están de manera emocional. Y en otras lo que tienen anquilosado es el espíritu.

Nos estancamos cuando el dolor del duelo es mayor que la gratitud, cuando el cuerpo da señales de agotamiento y le somos sumisos, cuando hemos dejado de sorprendernos ante las pequeñas cosas cotidianas, cuando estamos atrapados por la rutina y creemos que estamos cómodos. Nos estancamos cuando le decimos al Sr. Dios que no nos moleste en nuestro escondite.

Hay estancamientos que duran mucho tiempo. A veces demasiado. Y lo podemos reconocer porque nuestra visión se reduce a lo que sólo pasa afuera y no nos hacemos preguntas de lo que acontece dentro de nosotros. Podemos reconocer al estancamiento cuando dependemos de los demás o convertimos a los demás en chivos expiatorios de nuestra parálisis.

Pero cuando Jesús llega cualquier cosa puede ocurrir. Incluso que lo que está paralizado comience a moverse. Y que lo que esté inerte se levante. Y que cuando Jesús habla el estancamiento deja de ser. Porque sus palabras nos invitan a movernos, a mirar hacia adentro, a progresar.

Con los años los discípulos hemos aprendido algunas cosas. Hemos aprendido, por ejemplo, que Jesús es la vela que se avizora en el horizonte. Y ahora confesamos que Él nos libra de las parálisis del cuerpo y las del alma. Confesamos que Él es el camino que nos lleva más allá de las aguas del estanque. Más allá.

Lectura del evangelio de Juan 5, 1-8

Algún tiempo después, Jesús subió a Jerusalén, pues se celebraba una fiesta de los judíos. Había allí, junto a la puerta de las Ovejas, un estanque rodeado de cinco entradas, cuyo nombre en hebreo es Betzatá.  En esas entradas se hallaban tendidos muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos se encontraba un hombre que llevaba enfermo treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio tirado en el suelo y se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó: ¿Quieres quedar sano? Señor, respondió, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua y, cuando trato de hacerlo, otro se mete antes. Levántate, recoge tu camilla y anda, le dijo Jesús

¿Quién escuchará nuestras oraciones?

Padre, ahora que comienza la mañana escucha mi oración que es una sola: Cúrame, Señor, de mi parálisis, porque lo demás puede esperar. Porque lo que importa ahora es mi parálisis espiritual, la parálisis de mi corazón y de mi mente.  Espíritu Santo abre mis ojos. Jesús, a ti te tengo. Amén. Augusto G. Milián.

 

 

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