Que la harina caiga sobre nosotros


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que me puedan escuchar. Cada amanecer es un regalo, pero nosotros lo hemos olvidado.

La cultura imperante, donde tú y yo habitamos, siempre nos está preguntando quienes somos. Y una de nuestras luchas cotidianas es la de encontrar la respuesta adecuada. Para muchos hombres y para muchas mujeres, también creyentes, la identidad está enclaustrada en lo que ellos hacen. Pero esta es una definición acotada. Estrecha. Miserable.

Esta es una definición antigua. Por eso no es de extrañar que la gente le preguntara a Jesús: ¿Qué señal estás haciendo para que podamos creerte? Y me temo que la gente tiene razón al preguntar, porque a fin de cuentas si van a creer en alguien, entonces ese alguien tendrá que hacer alguna cosa notoria. Algo que reporte un beneficio. Y es que la cultura del rendimiento y del beneficio está entre nosotros.

Pero Jesús se resiste a creer en este tipo de identidad basada en lo que se hace y la admiración que provoca. Sabe que a fin de cuentas el seguimiento por beneficios es un juego peligroso. Con fecha de caducidad. Por eso propone a sus seguidores otra opción:  buscar panes que no se corrompan, que no se endurezcan. Un alimento que se parezca a las palabras:  para siempre. Una especie de pan para caminar hacia el futuro.

Hoy, uno de nuestros escollos en el discipulado sigue siendo esa creencia heredada de que todo se puede comprar. Todo. Pero en el Reino de los cielos, los designios de nuestra cultura no tienen la última palabra. No la tienen. Y nuestra identidad no está basada en lo que hacemos sino, y únicamente, en que somos los amados y amadas del Sr. Dios.

Quizás en esta mañana lo importante no es si tenemos o no el pan cotidiano, sino estar lo suficientemente cerca del panadero para que la harina caiga sobre nosotros. Quizás. Quizás. Quizás.

Lectura del evangelio de Juan 6, 30-35

Ellos replicaron: ¿Cuáles son tus credenciales para que creamos en ti? ¿Qué es lo que tú haces? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.          Jesús les respondió: Yo os aseguro que no fue Moisés el que os dio pan del cielo. Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da, baja del cielo y da vida al mundo. Entonces le pidieron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed.

¿Quién escuchará nuestras oraciones?

Padre: En este día que comienza, gracias te doy por el pan que Tú sacas de la tierra y que me calma el hambre. Pero gracias también por el pan que bajó del cielo y que me amasa despacio, que me corta con delicadeza y que me cuece con cariño. Gracias por la obra del Espíritu Santo en nosotros cada día. Jesús bienvenido a nuestra mesa. Amén. Augusto G. Milián.


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