El mejor remedio


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que están allá, lejos. Buen martes para los que están aquí, cerca. Cada día es un regalo, pero a usted y mí, se nos ha olvidado.

Hace tiempo alguien me dijo que el mejor remedio contra el desamor o el dolor era la amistad. Los años le han dado la razón. Pues son los amigos los que me han sostenido cuando la pena o el desafecto han tocado a mi puerta.

Hay un hombre que ha pasado parte de su vida tirado sobre una esterilla. Los médicos lo han desahuciado. No hoy cura ni terapia para él. Pero este hombre sueña con que un día podrá caminar y bailar. Pero los sueños se acaban cuando abrimos los ojos y vemos el techo de la habitación.

En el mundo antigua algunas vidas solían ser arduas. Si no podías moverte por ti mismo eras alguien defectuoso. La vida era un calvario porque no sólo estabas limitado físicamente, sino que toda enfermedad o padecimiento eran achacados a tus faltas o pecados. Algo malo habrás hecho para merecer tal castigo, era el criterio generalizado.

Pero el hombre de nuestra historia no está sólo. Tiene una comunidad de amigos que se oponen a los estigmas de la cultura. Un grupo de amigos que están dispuestos a enfrentar el precio de seguir las tradiciones. ¿Qué habrá hecho este hombre para merecer unos amigos así? No se nos dice.

Pero albergo ciertas conjeturas. El hombre de nuestra historia paralizado en su cuerpo, dedica tiempo a escuchar. Nunca tiene prisa en hablar, sino que escucha a sus amigos. Toca sus corazones y ha dado permiso para que le toquen el de él.

Nosotros atesoramos algunas ideas absurdas. Sobre la amistad también. Pero lo cierto es que no podemos cocinar amistades en microondas. La amistad requiere tiempo. No podemos intentar escuchar el dolor ajeno con prisas. No podemos llorar con prisas. No debemos amar con prisas. Y es que la vida que tenemos, aquí y ahora, es el resultado de las elecciones que hemos tomado, de los dolores que hemos atravesado y de los amores que nos han sostenido.

Todos tenemos una esterilla sobre la que a veces nos dejamos caer paralizados. Yo también. Y cada mañana, doy gracias al Sr. Dios, por esa comunidad de amigos que me levanta y me lleva a donde está Jesús cuando yo no puedo dar ni un solo paso.

 Lectura del evangelio de Marcos 2, 1-5

Algunos días después, Jesús regresó a Cafarnaún. En cuanto se supo que estaba en casa, se reunió tanta gente, que no quedaba sitio ni siquiera ante la puerta. Y Jesús les anunciaba su mensaje. Le trajeron entonces, entre cuatro, un paralítico. Como a causa de la multitud no podían llegar hasta Jesús, levantaron un trozo del techo por encima de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla con el paralítico. Jesús, viendo la fe de quienes lo llevaban, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

¿Quién me acompañara en una oración? ¿Quién?

Padre, en esta mañana que comienza, te pido que bendigas a mis amigos. Que el Espíritu Santo les pueda revelar tu amor y misericordia. Si tienen dolores, ofréceles tu paz. Si tiene dudas, renuévale la confianza. Si están cansados que dales fuerzas para seguir adelante. Porque nosotros a Jesús seguimos. Amén. Augusto G. Milián

 

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