A nuestras culpas hay que exponerlas al sol


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que me puedan escuchar. Cada amanecer es un regalo, pero nosotros lo hemos olvidado.

La culpa, tarde o temprano, llega sin pedir permiso. Es un sentimiento que actúa a diferentes niveles y en el que influyen la educación que recibimos en la familia, los estereotipos sociales que habitamos y nuestro propio carácter. No todos vivimos la culpa de igual manera, pero siempre deseamos que anide en otra persona, lejos, no en nosotros.

Los discípulos ven a los que viven en los márgenes de la sociedad como acertijos que hay que resolver. Pero Jesús los ve como personas que necesitan ser ayudadas y aliviadas. Alivio es una palabra antigua que ya casi no usamos. Pero sigue siendo una palabra poderosa. Y necesaria.

Los discípulos de entonces, y los de ahora también, albergan la sospecha que cuando hay alguien que sufre más allá de lo normal es porque ha cometido un pecado más allá de lo común. Es la dinámica del crimen y del castigo, pero no la del Reino de los cielos.

Jesús no ha salido al camino para responder preguntas sobre el origen del mal, sino para hacer lo que ha visto hacer al Sr. Dios: misericordia. Misericordia es también otra palabra antigua, pero muy contracultural en nuestro tiempo.

A nuestras culpas hay que exponerlas al sol. Como hacemos con esas sábanas amarillentas del armario A nuestras culpas hay que sacarlas de la oscuridad donde nos dijeron que deberían estar y confesarlas. Si, hay buscar compañía en la debilidad. Hay que atreverse y decir a quien nos pueda sostener: Me siento sólo y necesito tu compañía.

Y es que nadie quiere vivir con culpas. Nadie. Ni usted ni yo. Y el Señor Dios lo sabe.

Lectura del evangelio de Juan 9, 1-3

Iba Jesús de camino cuando vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién tiene la culpa de que haya nacido ciego este hombre? ¿Sus pecados o los de sus padres? Jesús respondió: Ni sus propios pecados ni los de sus padres tienen la culpa; nació así para que el poder de Dios resplandezca en él.

¿Quién escuchará nuestras oraciones?

Padre: En este día que comienza acudimos a Ti. Sólo tu sabes lo que hemos pasado. Sólo Tu sabes lo que han dicho de nosotros. Tú conoces nuestro corazón. Espíritu Santo abre nuestros ojos porque no vemos. Jesús, a ti acudimos. Amén.  Augusto G. Milián.

 

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