Hay que encender una luz en la oscuridad
El día ha comenzado. Y el sol ha de salir para todos. Para los que se saben amados y para los que lo han olvidado. Para ti y para mí, hoy es un nuevo día. Una nueva oportunidad.
Lectura del evangelio de Marcos 7, 1,2-5
Se acercaron a Jesús los fariseos y unos maestros de la ley llegados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, esto es, sin habérselas lavado. Preguntaron, pues, a Jesús aquellos fariseos y maestros de la ley: ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué se ponen a comer con las manos impuras?
Usted y yo tendríamos que hacer trizas los juicios con que nos vestimos cada mañana. Deberíamos hacerlo, pero nos cuesta.
¿Te imaginas a los discípulos sin la necesidad diaria de tener que emitir juicios sobre las demás personas? ¿Podrías darte permiso para no tener que sentenciar a un miembro de tu familia, o un amigo o un hermano de la fe, si es una buena o mala persona? ¿Podrías pronunciar, sólo por hoy: ¿No tengo que juzgar a nadie!
Jesús sabe que la acción de juzgar los demás es una carga pesada de llevar. Las Escrituras nos dicen que es un atributo del Sr. Dios. Y que, para nosotros, se torna en un camino cuesta arriba cargando con una mochila atiborrada de piedras. Por tanto, hacer juicios, nunca está entre los dos mandamientos que les exige a los discípulos. Nunca.
Lo contrario al juicio es la amabilidad. Y Jesús se muestra amable con todos lo que se encuentran en el camino. Con todos. Jesús sabe que es la cordialidad la que puede derribar los muros de separación y lejanía que los hombres y las mujeres erigen para suponerse seguros.
Usted y yo vivimos en un mundo poco amable. Poco cordial. Nuestro mundo no es muy diferente al mundo que conoció Jesús. Un mundo donde lo más cotidiano es proferir juicios sobre todos. Juicios sin misericordia. Juicios sobre los diferentes. Juicios sobre los que no hacen las cosas como nosotros las hacemos. Juicios sobre los que piensan de otra manera. Pero redactar juicios y pronunciarlos en voz alta es una esclavitud. Y como toda esclavitud nos causa dolor. Nos hace atesorar remordimientos. Nos endurece el corazón.
Hay creyentes que han rechazado la gracia del Sr. Dios y precisan de pronunciar juicios para sentirse mejor que los demás. O al menos más limpios. Ellos siempre llevan las manos limpias. Pero un corazón ennegrecido. Y Jesús lo sabe.
¿Quién me acompañará hoy en una oración?
Padre: Quiero parecerme a Jesús y necesito crecer en la fe. Ya no quiero seguir siendo un niño. Espíritu Santo moldeame tú, porque yo no puedo. Jesús, nosotros a ti te seguimos. Amén. Augusto G. Milián
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