Hay que encender una luz en la oscuridad
El día ya ha comenzado. Y el sol sale para todos. Para los que se saben amados y para los que lo han olvidado. Para ti y para mí, hoy es un nuevo día. Una nueva oportunidad.
Lectura del evangelio de Marcos 9, 30-34
Se fueron de allí y pasaron por Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera, porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les explicaba que el Hijo del hombre iba a ser entregado a hombres que lo matarían, y que al tercer día resucitaría. Pero ellos no entendían nada de esto. Y tampoco se atrevían a preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, Jesús les preguntó: ¿Qué discutíais por el camino? Ellos callaban, porque por el camino habían venido discutiendo acerca de quién de ellos sería el más importante.
El silencio suele ser un agujero muy recurrente cuando las preguntas llegan y no sabemos que decir. Preferimos el silencio cuando lo que hay que decir nos causa heridas. Entonces mantenemos los labios cerrados. Y el silencio se convierte en una especie de refugio de montaña. En un muro. Pero usted y yo no podemos escondernos siempre. No podemos.
Jesús conoce a los discípulos. Sabe de sus preocupaciones y de sus miedos. De sus ambiciones y sus alegrías. Y es que Jesús ha aprendido del Padre a ver más allá de lo que se suele tener delante de los ojos. Jesús escucha los corazones. Y por eso no se equivoca. Y sabe que el corazón de los hombres y las mujeres requiere ser alumbrado y zarandeado. Porque tener latidos no es sinónimo de vida. No lo es.
Usted y yo estamos inundados de deseos. Usted y yo queremos sabernos escuchados. Usted y yo queremos ser perdonados. Usted y yo queremos sentirnos amados. Pero esto no siempre es lo que obtenemos. No es siempre lo que sentimos. No es siempre lo que escuchamos. Y Jesús no condena nuestros deseos, sino que nos hace repensar qué es lo urgente, qué es lo necesario, qué es lo primero y qué es lo último. Pero a usted y a mi no nos gustan las esperas. Nosotros queremos todo y ya. Y por eso lloramos.
Un día, ojalá sea hoy, usted y yo podamos entender que lo grande nunca está en lo de afuera, sino en lo que tenemos dentro. Qué es bueno recibir, pero que es mejor ofrecer. Y que, aunque hay días que nos atrincheramos en los silencios la mejor temporada será cuando escuchamos esa voz que nos invita y nos dice: ¡Sal fuera!
Y es que hay un tiempo para callar y hay un tiempo para hablar.
¿Quién me acompañará hoy en una oración?
Padre: Hoy quiero aprender. Hoy quiero que el Espíritu Santo me enseñe el significado de estas palabras más importantes para vivir en esta tierra de flores y de serpientes. Jesús, háblanos, que nosotros te escuchamos. Amén. Augusto G. Milián
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