¡Un poco de luz, por favor!


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

El día ya ha comenzado para todos. Para los que se saben amados y para los que lo han olvidado. Para los que están lejos. Para los que están cerca. Para ti y para mí, hoy es una nueva oportunidad.

Todos tenemos días buenos y días no tan buenos. Días con dolores y días donde se nos olvidan los dolores. Días con compañía y días con soledad. Todos. Pero sean de los primeros días o de los segundos, no hay que detenerse. Hay que seguir, aun bajo la lluvia. ¿Hacia dónde? Hacía adelante.

Cuando usted y yo no podemos ver el presente o no sabemos que podrá suceder en el futuro nos sentimos frustrados. Y es que la falta de visión nos paraliza, nos aquieta, nos achanta, nos doméstica. La falta de visión se parece mucho al miedo. Y nos musita al oído que nos quedemos sentados. Sin mover un dedo. Y que nos escondamos en una trinchera.

Pero usted y yo no hemos sido llamados a quedarnos con los brazos cruzados. O con la boca cerrada. Y es que hay días donde hay que gritar alto y claro: Jesús, ten compasión de mí. Y gritarlo sin vergüenza. Para que todos lo escuchen. Para que el Sr. Dios nos escuche. Y habrá gente que nos mandará a callar y gente que nos dirá: ¡Grita más alto! Y es que hay gente para todo. Para todo.

Y nuestra voz será escuchada. Pero no me pregunte usted cuándo ni cómo ha de ser. Porque no lo sé. Pero será escuchada. Esa es nuestra esperanza. Porque entonces usted y yo nos podremos levantar del suelo y pedir un poco de luz, tan sólo un poco, para ver entre tantas oscuridades. Para ver el mundo de una manera diferente a como nos dijeron que se podía ver.

Todos tenemos días buenos y días no tan buenos. Pero ahora mi voz se alzará en el viento, oh Dios para cantar, porque Jesús ha tenido compasión de usted y de mí. Bienvenidos al camino.

Lectura del evangelio de Marcos 10, 46-52

En esto llegaron a Jericó. Y más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado de sus discípulos y de otra mucha gente, un ciego llamado Bartimeo, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret quien pasaba, empezó a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le decían que se callara, pero él gritaba cada vez más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Entonces Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza, levántate, él te llama. El ciego, arrojando su capa, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? Contestó el ciego: Maestro, que vuelva a ver. Jesús le dijo: Puedes irte. Tu fe te ha salvado. Al punto recobró la vista y siguió a Jesús por el camino

¿Quién me acompañará hoy en una oración?

Padre:  Este día es una nueva senda. Y en el camino nos encontramos a la intemperie. En el camino aflora nuestra debilidad. Espíritu Santo se nuestra fortaleza hoy. Jesús a ti te seguimos. Amén. Augusto G. Milián

 

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