Donde están los manantiales en el desierto


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que me puedan escuchar. Cada día es una segunda oportunidad, pero muchos de nosotros lo hemos olvidado.

Usted y yo nos queremos, pero nos cuesta decirlo.

Todas las relaciones humanas son parciales. Son acotadas. Están enmarcadas en un contexto determinado, en un tiempo que podemos recordar mientras no llegue el olvido. Pero no importa si esas relaciones son entre los padres y los hijos, o entre los esposos, o entre los amantes, o entre los amigos, o entre los miembros de una comunidad. Todas tienen algo en común: reflejan nuestros deseos de ser aceptados y queridos por otras personas. De ser importantes para alguien.

Jesús ha estado mirando y escuchando al Padre. Y le imita en sus palabras y en sus hechos. Y de ello habla a los discípulos. Y les pide que manifiesten un mandamiento nuevo. Y que este mandamiento sea visible.  Sea oral. Porque vendrán días arduos, para todos, donde las acciones serán tan importantes como algunas palabras. Palabras como: Te quiero. Te necesito. Lo siento. Gracias. Vienen días en que los discípulos necesitarán escuchar estas palabras. Vendrán días en que los discípulos precisarán pronunciarlas.

¿Cómo podemos tener la certeza de que Jesús nos ama a ti y a mí? La propia Escritura nos lo dice porque sabe de nuestros largos olvidos. Jesús nos ama como el Sr. Dios nos ama. Y por eso nos dice, sin tapujos, a los discípulos que lo imitemos. Que repitamos sus gestos. Que no nos cansemos de pronunciar sus palabras.

Para la cultura imperante este mandamiento puede resultar irreal. Utópico. Y hasta poco práctico. Pero nuestras vidas están llenas de milagros y de utopías. De sueños cumplidos. De oraciones no contestadas. De dolores. De fiestas. Algunos las reconocemos. Otros no.

Esos discípulos que ama sin esperar nada a cambio, sino parecerse a Jesús. Saben donde están los manantiales en el desierto. Son los que salen a buscarnos cuando estamos lejos de casa y no sabemos regresar. Son los que nos abrazan cuando el dolor nos hace enmudecer. Son los que nos toman de la mano para cruzar la calle.

En un mundo donde se predica que las relaciones tienen fecha de caducidad, los discípulos de Jesús han de sacar fuerzas para mantenerse fieles aun en medio de la enfermedad, de las distancias, de las crisis. Y yo me pregunto: ¿De quien lo han aprendido? Y usted y yo tenemos la respuesta: ¡de Jesús! ¿Y Jesús de quién? Y usted y yo podemos contestar: ¡del Padre!

Las Escrituras dicen que Dios es amor. Y usted y yo, lo creemos.

Lectura del evangelio de Juan 13, 34-35

Os doy un mandamiento nuevo: Amaos unos a otros; como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos.

¿Quién nos acompañará en nuestras oraciones? ¿Quién?

Padre nuestro: Ahora, antes de comenzar con las faenas del día a ti te doy las gracias porque nos buscaste cuando nadie más lo hizo. Espíritu Santo, muéstrame la senda de la acogida y de la misericordia, porque de los sacrificios estoy cansado. Jesús, tú haces todo nuevo. Todo. Jesús que podamos caminar contigo. Amén. Augusto G. Milián.

 

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